Viembenidos!!

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martes, 30 de diciembre de 2008

Tata

Hola de nuevo, y Feliz Año a tod@s.

El post de hoy es un poquito más serio que de costumbre porque mi abuelo falleció ayer. Esta es una hablada que me tocó echarme en la Iglesia. Saludos!

Gracias a todos los que estuvieron presentes, ya sea físicamente o solo en espíritu.

La muerte es parte de la vida… Y digo “parte” (como decía mi abuelo) porque me arriesgo a decir que es la parte más importante de ella. Para morirse solo hace falta estar vivo y es lo único de lo que estamos seguros: cuando lleguemos al final de nuestra vida, moriremos.

A todos nos da miedo ese momento, más aún este año que tan cerca lo tuvimos. Pero para quienes tenemos el regalo de la Fe, la muerte no es una tragedia, sino la más profunda alegría, aunque sea amarga. No es el fin, sino el principio. Es el momento de la victoria, porque la vida termina cuando cumplimos nuestra misión. Acá estamos de paso.

Tata (como lo conocíamos todos sus nietos) fue un hombre único. Mi abuelo fue oftalmólogo, maquinista de tren, carpintero, mecánico, joyero, pintor, contador de profesión, director de un grupo de bailes típicos, dueño de su propio grupo musical y soldado en la guerra del 48 (incluso recibió un balazo en la pierna, aunque según mi abuela, fue un alambre de púas). Se lanzó de una avioneta. No está claro si ya se había estrellado o estaba aún en pleno vuelo. Atravesó el Cerro de la Muerte a caballo, era torero y por supuesto, siempre fue el héroe de todas sus historias.

Las palabras más características del folklore nacional salían de su boca muy a menudo, por eso mis padres nunca tuvieron la autoridad para corregirme cuando decía malas palabras: me las enseñó mi abuelo.

Siempre tenía la razón. Incluso cuando estaba equivocado.

Pero no fue nada de esto lo que hizo de él el gran hombre que fue.

Mi abuelo, como todos nosotros, estaba lleno de defectos. La seguridad que tenía de sí mismo lo hacía muchas veces incapaz de soportar una crítica. Sé por lo que me ha contado mi madre, que fue muy duro con los hijos muchas veces, y más de una vez lo fue también con sus nietos.

Tenía un carácter muy fuerte. Un carácter que solo una mujer santa como mi abuela logró domar. Era mi abuela quien suavizaba las duras críticas que hacía mi abuelo. Eran los comentarios de mi abuela los primeros que él mandaba a callar: “Irma, si no sabés de qué estás hablando, no digás nada.” Fue mi abuela la que nos prestaba el tren eléctrico de mi abuelo sin que él se diera cuenta, aunque al final siempre se daba cuenta porque le movieron la caja un centímetro de donde la tenía. Fue mi abuela la que lo mantenía con los pies sobre la tierra. Benditas sean las mujeres.

Sus últimos años fueron muy duros para toda la familia, especialmente para mis tíos Luchy y Tacho que lo acogieron en su casa.

La frustración de haber perdido todo lo material que tenía, el haber dejado de ser la cabeza de la familia, haberse convertido en el viejo que solo servía para decir sus discursos de vez en cuando, el pasar las fiestas sentado esperando que alguien se acercara a hablar con él y el hecho de padecer de sus enfermedades y estar siempre, en palabras suyas: “hecho MIERDA m’hijito”, terminaron haciéndolo reaccionar de una manera muy difícil.

Me pregunto cómo hubiéramos reaccionado nosotros en su lugar.

Y aún así, muchas de las lecciones más importantes de mi vida me las enseñó él: dar sin esperar recibir y dedicarse con cariño al trabajo.

Me enseñó que los mejores regalos son aquellos que uno hace con sus propias manos, me enseñó a jugar ajedrez, me enseñó que la familia va más allá de los lazos de la sangre, me enseñó que en un pleito entre una culebra y un chancho el que gana es el chancho, me enseñó que se puede amar a una mujer por el resto de la vida a pesar de los problemas, hasta la muerte.

Pero para mí, no fue ninguna de estas la lección más importante.

Al final de sus días mi abuelo me enseñó que nunca es tarde para darse cuenta de que no somos más que simples seres humanos, con virtudes y defectos.

Me enseñó a soportar los dolores más profundos del alma con una Fe inquebrantable. Que se puede ser feliz aún habiéndolo perdido todo o casi todo: bienes materiales, facultades físicas, esposa, hijos y nietos. Mi abuelo murió siendo el hombre más feliz del mundo.

Mi abuelo me enseñó a vencer el orgullo y pedir perdón. Y esta, creo yo, fue su victoria más grande. Lograr hacer las paces con todos en esta vida antes de dejarla es un lujo que pocos se pueden dar.

Es cierto que él no hubiera llegado hasta donde llegó si no hubiera sido por mi abuela, y en su ausencia, por mi tía Luchy, mi tío Tacho y sus hijos, con quienes estaremos eternamente agradecidos por todos estos años de sacrificio. Pero también es cierto que las pruebas más duras de su vida, las pruebas del alma, las superó él solo, con la ayuda de Dios por supuesto.

Acuérdense de mi abuelo, como el hombre que fue, defectos y todo. Pero acuérdense también de que fue tan valiente como para aceptarlos y tan humilde como para pedir perdón por ellos, y eso le valió el regalo más grande que podemos recibir en esta vida: poder dejarla en paz con todos. Y si alguien hay aún a quien mi abuelo le deba una disculpa, acá se la pido yo en su nombre, porque sé que él lo hubiera hecho personalmente.

Es cierto. Él estaba lleno de defectos, como lo estamos todos nosotros. Sin embargo, al final de mi vida, me iré satisfecho si llego a ser la mitad del hombre que fue mi abuelo. “Si quieren que les cuente…”



Y la oración para este fin de año, luego de tres personas que nos han dejado y se han ido es la siguiente:

"Oh Jesús, mi Señor y Redentor...
pará la fiesta por favor."

Un abrazo a todos, que esto no apague la Navidad, porque aunque pasen los años la Navidad es la de siempre.

1 comentario:

floren dijo...

excelente blog ,, te sigo :)

Hasta ahora 6 personas me han dicho que Viembenidos está mal escrito!!

Rincón serio

Novia es quien te quiere por lo bueno que hay en ti.
Esposa es quien te ama a pesar de lo malo que hay en ti.